Valencia tiene la suerte de contar con varias joyas arquitectónicas, y de una de las más deslumbrantes te vamos a hablar ahora.
Corría la primera mitad del siglo XIX cuando se inauguró un mercado en el lugar que, desde hacía mucho tiempo, solían ocupar los comerciantes ambulantes. Pero aquel Mercado Nuevo, que así se le llamaba, nunca terminó de cuajar entre los valencianos, básicamente por su falta de techo y su espacio más bien escaso. Una ciudad con la importancia y las dimensiones que Valencia iba adquiriendo necesitaba otra cosa, así que se convocaron varios concursos para un proyecto renovador y terminó siendo elegido el de los arquitectos Alejandro Soler March y Francisco Guardia Vial. Eran los principios del siglo pasado y el modernismo pegaba fuerte, por lo que la idea estaba impregnada de aquella inconfundible y hermosa corriente estética.
Así pues, el primitivo Mercado Nuevo fue derribado con la gran ayuda del rey Alfonso XIII, que le dio unos golpecitos simbólicos con una piqueta de plata a modo de inicio de las obras, y a continuación se emprendieron los trabajos que habían de transformar para siempre la cara de esta parte de la ciudad. En 1928, tras algunas desavenencias y un cambio en la dirección de las obras, se terminaba el Mercado Central y las familias poderosas de la ciudad lo celebraron invitando a comer a más de dos mil personas.
Estaba claro que el edificio, próximo a la conocida Lonja de la Seda, era espectacularmente bello. De su fachada a sus maravillosas cúpulas formaba un entorno único que hoy, a casi un siglo de distancia, acoge unos 300 puestos y el trasiego de infinidad de visitantes que no saben muy bien dónde mirar. Por un lado está la borrachera de aromas y colores, y por otro una estética de cristal, hierro y cerámica que ha recuperado todo su esplendor tras la rehabilitación que se llevó a cabo hace algunos años.
Así que, aunque no se trate exactamente de un templo, pasear por este escenario siempre tiene algo de ritual. Sobre todo para quienes saben disfrutar de la comida. Hablamos de uno de los mayores mercados de productos frescos de toda Europa y, al mismo tiempo, de un tesoro del modernismo valenciano, desde sus mismos cimientos hasta la veleta, llamada la “Cotorra del Mercat”, que remata la gran cúpula central. Créenos: sería un error pasear por Valencia y perdérselo.
