Seguro que has oído hablar mucho de la mezquita de Córdoba, pero bastante menos de las otras cosas que hay en esta ciudad. Y son unas cuantas, porque Córdoba tiene milenios de historia y a lo largo de ese tiempo se ha llenado varias veces de maravillas.
No creas que exageramos, no: el cordobés es el espacio urbano más extenso de todos los que han sido declarados Patrimonio de la Humanidad. Y es que, hace cosa de mil años, esta era una de las mayores ciudades del planeta, y seguramente la más bella y culta. Contaba con iluminación pública, bibliotecas y alcantarillado cuando casi toda Europa era sucia, oscura e ignorante.
Pero además, esa buena estrella ya le venía de muy atrás. Parece que la entonces llamada Corduba, fundada por los romanos en el 169 antes de Cristo, ya fue un lugar espléndido, y de eso dan fe los restos de un enorme teatro, un templo, un foro, un palacio imperial, un anfiteatro y un puente que se mantiene en uso. O sea, que lo que hubo aquí por entonces no era exactamente un pueblito de nada.
Sin embargo, la ciudad actual les debe a los árabes la mayor parte de su fama y de su gloria. Ocupada por ellos en el siglo VIII, Córdoba llegaría a ser capital del Califato Omeya y uno de los centros culturales y políticos del mundo medieval. Se hicieron complejos palaciegos como Medina Azahara, baños públicos, jardines, fuentes y, por supuesto, la despampanante mezquita.
Pero el dominio musulmán fue decayendo y Fernando III el Santo se hizo con la ciudad en 1236. Para hacer honor a su sobrenombre y contrarrestar tanta edificación de infieles, ordenó construir un montón de templos cristianos que hoy se conocen como iglesias fernandinas, y como era de esperar, también convirtió la mezquita en catedral.
La estructura del edificio se mantuvo hasta que, en los siglos siguientes, empezaron las reformas. La mayor tuvo lugar en tiempos renacentistas, cuando se incrustó una nave cristiana en mitad de la enorme construcción islámica. Hasta Carlos V terminaría lamentando aquello, pero así es como ha llegado a nosotros: como una especie de amalgama arquitectónica que resume las luchas seculares entre una y otra religión.
Ahí donde los ves, los tesoros del patrimonio cordobés corrieron grave peligro en 1808, cuando el ejército napoleónico al mando del general Dupont se entretuvo durante tres días saqueando y arrasando la población. El único consuelo para los cordobeses fue saber, solo un mes más tarde, que Dupont había mordido el polvo en Bailén, así que los saqueadores nunca iban a poder disfrutar de lo que les habían robado...