Quizá hoy no te parezca mucho más que una gran extensión de cemento, muelles y terminales que describe una curva en la costa, pero créenos: esa no es la mejor manera de mirar el puerto de Barcelona.
Es su enorme antigüedad lo que le hace especial. Este puerto existe desde que existe la ciudad, y desde los días en que Julio César se peinaba disimulando sus entradas hasta el boom olímpico del 92, no ha dejado de crecer ni de ser una de las grandes referencias mediterráneas. Pero nosotros creemos que este lugar echa de menos su época dorada.
Fue allá por el siglo XV, con la Barcelona gótica floreciendo. Entonces se decide ampliar y mejorar las instalaciones portuarias para que los cientos y cientos de navíos que aquí echan el ancla puedan desenvolverse mejor, con más holgura y seguridad. Por supuesto, hay tira y afloja entre el Consell de Cent, que gobierna la urbe, y los reyes de Aragón gracias al típico problema de todas las épocas: el presupuesto.
Finalmente, el puerto barcelonés estrena muelles en 1477, y se multiplica el trasiego de barcos, mercancías, marineros y comerciantes. De la ciudad salen cueros, orfebrería, armas y casi cualquier cosa fabricada en suelo catalán; las naves que llegan de Venecia, por su parte, desembarcan seda, lujosas mercancías traídas de Egipto y maravillas que provienen de las lejanas tierras de Oriente.
El puerto de Barcelona es tan próspero que llega a despertar la envidia del de Hamburgo, controlado por la Liga Hanseática, cuyos comerciantes también desembarcan aquí con su agua de Colonia, su preciado ámbar del Báltico, los valiosos tejidos de los Países Bajos e incontables productos más.
La historia entera no te la podemos contar, pero tienes muy a mano dos museos que sí lo harán. Uno es el Museo de Historia de Cataluña, en mitad del paseo, desde cuya azotea tendrás una estupenda panorámica que disfrutar mientras te tomas algo. Y el otro es el Museo Marítimo, alojado en las Atarazanas Reales.
Como te habrás imaginado por su ubicación, eso de las Atarazanas tiene que ver con cuestiones marinas: fueron ni más ni menos que astilleros medievales, y en ellos se construían galeras para que la Corona de Aragón pudiera surcar el Mediterráneo sacando pecho. Tiempo después, también salió de aquí el navío a bordo del cual Juan de Austria comandó la victoria en Lepanto.
¡Pero eso no es todo! Aquí es donde llegaron los primeros habitantes del Nuevo Mundo, traídos por Colón en 1493, y aquí también, solo cincuenta años más tarde, tuvieron lugar las primeras pruebas con un barco de vapor. ¿Que quién fue el fiera? Pues Blasco de Garay, un brillante inventor que, por injusticias de la vida, le suena a muy poca gente.