Para situarnos nada más empezar, que sepas que Lucainena de las Torres tiene poco más de quinientos habitantes. Así que aquí no encontrarás mucha gente, ni catedrales ni monumentos majestuosos. Te espera, en su lugar, un pequeño y precioso pueblo, con casas blancas adornadas con flores y rodeado de las bellezas naturales de Sierra Alhamilla.
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Para situarnos nada más empezar, que sepas que Lucainena de las Torres tiene poco más de quinientos habitantes. Así que aquí no encontrarás mucha gente, ni catedrales ni monumentos majestuosos. Te espera, en su lugar, un pequeño y precioso pueblo, con casas blancas adornadas con flores y rodeado de las bellezas naturales de Sierra Alhamilla.
Pero es que además, Lucainena tiene una historia apasionante. Empieza hace miles de años, con algunas casas alrededor de los yacimientos mineros en los que se extraía el metal de las montañas. Mucho tiempo después, durante el dominio árabe, esta fue una población estable con su mezquita y todo. Y parece que fue entonces cuando se levantó una muralla que luego heredarían los cristianos, al reconquistar la villa. Aquella fortificación, según cuentan, estaba defendida por seis torres. Pero había una séptima, la más importante, en la que los habitantes se cobijaban durante los ataques.
Y es que por aquellos tiempos, la localidad era conocida como Lucainena de las Siete Torres, pero con el tiempo, por aquello de simplificar, perdió el siete y se quedó el topónimo tal cual está hoy.
Cuando se reconquistó el lugar, los Reyes Católicos se lo cedieron a Don Enrique Enríquez, tío del rey Fernando II de Aragón. Pero los conflictos entre cristianos y moriscos iban a traer mucha tela todavía, y, para complicar más las cosas, un sanguinario pirata se presentaba en el pueblo allá por 1566. El berberisco Omar Al Askenn había desembarcado en tierras almerienses, y se había tomado la molestia de cruzar las montañas para arrasar Lucainena y de paso llevarse un centenar de esclavos cristianos.
Con todo, la localidad se sobrepuso y siguió su camino. Tiempo después llegaría su época de esplendor gracias a la minería, de la quedan hoy los Hornos de Calcinación, y las aguas medicinales, que dieron lugar a un balneario muy alabado allá por la mitad del siglo XIX.
Tanto las aguas como el mineral venían de la sierra, y deberías acercarte al Peñón de Lucainena para contemplar una estupenda panorámica de todo el valle. Si prefieres pasear por el pueblo, darás con otro bonito mirador que llaman el Poyo de la Cruz, delante de la iglesia parroquial. También pasarás por el ayuntamiento y por el antiguo lavadero, y puedes terminar en el Molino de Viento, que en su día fue una de las siete torres que dieron nombre al pueblo.
Bueno… Mejor camínatelo todo, porque la verdad es que Lucainena no tiene desperdicio.