No es que el Oratorio de San Felipe Neri no tenga interés desde el punto de vista artístico. Claro que lo tiene: se trata de un templo barroco de interior ovalado, con un techo en forma de cúpula que deja entrar la luz desde lo alto y le da al espacio una belleza muy particular. Además, La Inmaculada Concepción de Murillo preside el conjunto desde el centro del retablo del altar mayor.
Así que no, no se puede decir que la hermosura estética del lugar no valga la pena. Pero resulta que aquí dentro, sobre todo, ocurrió algo de enorme trascendencia histórica. Algo que convirtió a San Felipe en un edificio tan emblemático para Cádiz como La Bastilla, o lo que queda de ella, pueda serlo para París.
Y eso que la ciudad no andaba escasa de historia. Durante miles de años, a sus playas había llegado de todo: desde los fenicios, con sus proyectos comerciales, hasta los cachitos de la flota española derrotada en Trafalgar. Pero unos y otros quedarían eclipsados por la proclamación, el 19 de marzo de 1812, de una de las primeras constituciones de Europa.
Resulta que, en aquella peleona España invadida por el ejército de Bonaparte, las Cortes tenían que actuar como buenamente podían. Y cuando se decidió su traslado a Cádiz por cuestiones de seguridad, la iglesia de San Felipe Neri fue elegida para acoger los debates por su planta ovalada y su ausencia de pilares.
Así que los diputados fueron llegando a la ciudad, unos burlando el bloqueo francés por tierra y otros evitando por mar los cañones napoleónicos. El caso es que llegaron, y las Cortes Generales del Reino de España se reunieron aquí, en este oratorio, para discutir lo que acabaría siendo la primera constitución del país.
La primera sesión se celebró el 24 de febrero de 1811, y luego vendrían cientos de ellas más, todas con público en las gradas que silbaba, aplaudía o increpaba a sus señorías sin que nadie les echara a la calle. Está claro que eran otros tiempos.
Y así fue proclamada en 1812 la Constitución, a pesar de que las Cortes siguieron soportando los bombardeos franceses, mezclados de vez en cuando, con algún brote de fiebre amarilla. Todavía tendrían que esperar un poco para poder volver a Madrid, pero de todas estas cosas, seguro, te informarás mucho mejor en el Museo de las Cortes, al lado mismo del oratorio. Ni se te ocurra perdértelo.