Playas, leyendas, castillos, paseos cubiertos de palmeras y la luz del Mediterráneo. ¿Te suena bien? Pues estas son solo algunas de las cosas que te esperan en Alicante, la ciudad de donde procede el turrón navideño.
Es fácil entender por qué un lugar como este, situado frente al mar y con algunas elevaciones ideales para su defensa, tenía todos los atractivos del mundo para los pueblos antiguos. Así que no resulta raro que en la zona haya restos de asentamientos ibéricos, ni que tanto romanos como musulmanes encontrasen el sitio de lo más apetecible. Tan apetecible que según cuenta la tradición holandesa, Papa Noel procede de esta ciudad cuyo patrón, San Nicolás, se celebra el 6 de diciembre.
Sin embargo, la actual Alicante arranca con la conquista de Alfonso X en el siglo XIII. Más adelante, en tiempos de los Reyes Católicos, le será concedida la condición de ciudad, y empezará una larga etapa de crecimiento y prosperidad que la va a traer hasta nuestros días, reconvertida en un destino turístico de gran importancia. Por el mar ya no llegan piratas ni flotas enemigas, y lo único que ahora se dispara hoy desde las fortificaciones son las cámaras fotográficas de los visitantes.
Las playas del Saladar, del Postiguet, el enorme arenal de San Juan o la zona portuaria son encantos que están bien a la vista. Pero más arriba, sobre las laderas que descienden desde el Castillo de Santa Bárbara, se retuercen las empinadas y coloridas callejuelas del casco antiguo alicantino. Es obligatorio recorrerlas, como lo es subir hasta la fortaleza para disfrutar de la panorámica que se abre ante nosotros desde un lugar tan misterioso, que incluso ha servido para rodar varias películas sobre el Conde Drácula.
Pero antes de coger el ascensor para subir al monte Benacantil, la mole que corona dicho castillo de Santa Bárbara, también hay que observarlo desde abajo para apreciar la célebre Cara del Moro. Según la leyenda, se trata del rostro de un gobernador árabe que vivió en la fortificación y no permitió a su bellísima hija, Cántara, casarse con Alí, el joven del que estaba enamorada. La historia, naturalmente, acabó en tragedia: El Califa había decidido que Cántara debía de pertenecer a otro joven y se la entregó. Alí no pudo soportar tanto dolor y se tiró por un barranco. Cántara tampoco lo pudo soportar y se tiró al mar desde un risco, hoy conocido como “el salto de la reina mora”… Y espera porque la tragedia no ha acabado aún… El Califa tampoco pudo soportar la pena y los remordimientos, y decidió tirase montaña abajo. Al día siguiente, para asombro de todos los habitantes, su efigie apareció milagrosamente esculpida en la roca… Y es esta leyenda de amor sobre Ali y Cántara, la que da nombre a la ciudad de Alicante.
Si bien es cierto que esa cara petrificada es uno de los emblemas de la villa, no pienses que anda escasa de más patrimonio monumental. La gótica iglesia de Santa María, la Concatedral de San Nicolás y varios conventos y ermitas se suman a las fortalezas de San Fernando y Santa Bárbara, y a ilustres edificios civiles como el Palacio Gravina, actual Museo de Bellas Artes, o la Casa de la Asegurada, la construcción más antigua de la ciudad y que hoy sirve de Museo de Arte Contemporáneo.
Cada una de sus piedras tiene una historia detrás, pero es quizá el palacio barroco que sirve de casa consistorial el que más presume de una peculiaridad única: en él se encuentra la referencia para medir la altitud sobre el nivel del mar de todos los puntos de España. ¿A que eso no lo sabías?
