Cerca del Finis Terrae, o fin de la tierra, es donde fueron a enterrar al apóstol Santiago. O al menos es lo que dice la leyenda.
Todo habría empezado con el santo llegando hasta estas remotas tierras para predicar. De vuelta en Palestina sufriría el martirio y la decapitación, pero sus discípulos cogieron su tronco, cabeza y extremidades y lo metieron todo en una barca para darle sepultura en el lugar donde el apóstol se había currado su labor pastoral.
Así que volvieron a Galicia a bordo de esa santa barca, y ya en la costa la amarraron a una piedra grande, o pedrón, que acabaría dando nombre a la villa de Padrón.
Enterraron al preferido de Jesús a cierta distancia de allí, pero con el tiempo su tumba fue olvidada y permaneció siglos y siglos cubierta de maleza. Allá por el año 813, mientras los árabes hacían sus escabechinas más abajo, un ermitaño llamado Pelayo vio unas misteriosas luces que parecían señalar un lugar concreto del monte. Avisó al obispo, apareció la tumba, el obispo avisó al rey y entre todos se convencieron de que aquello no podía ser otra cosa que el sepulcro del apóstol.
Alrededor se hizo un pequeño templo y alrededor del templo creció la ciudad. Compostela fue ganando fama, y en 1075 se empezó a construir la iglesia románica que luego sería catedral, para darle al sitio la categoría que merecía.
A todo contribuyó mucho el ambicioso obispo Gelmírez, que, obsesionado con que Santiago fuese la Roma de esta parte del mundo, llegó a ir hasta Braga para sustraer con nocturnidad las reliquias de otros pocos santos y traérselas aquí, que era donde, según él, debían estar.
Compostela empezó a recibir peregrinos que llegaban hechos una pena, si llegaban, para maravillarse frente al Pórtico de la Gloria antes de entrar en la catedral e inundarla de una peste tan nauseabunda que hizo falta inventar el botafumeiro para disimularla.
Pero ese sabor medieval no es lo más presente en la actual ciudad. Fue más adelante, en la segunda mitad del siglo XVII, cuando los mejores maestros y artistas vinieron a levantar un conjunto monumental urbano que está, hoy, entre los más impresionantes del planeta. La fachada barroca de la catedral, la plaza del Obradoiro y la de la Quintana son los focos de un paisaje pétreo casi sobrenatural, y su vista desde el paseo de La Herradura es algo que no deberías perderte.
Lo más misterioso del asunto es que todo se ha construido sobre la creencia de que en la cripta están los restos del apóstol; esos que se escondieron cuando Drake amenazaba la ciudad y no fueron encontrados hasta tres siglos después. Pero la verdad sea dicha, no parece muy probable que se trate de los despojos de Santiago, y hay quien sostiene que bien pudieran pertenecer a Prisciliano, un obispo del siglo IV que acabó sentenciado por herejía. ¿Te imaginas qué paradoja, si el corazón de esta ciudad fuese realmente la tumba de un hereje? Casi mejor, dejémoslo estar…